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lunes, 28 de octubre de 2013



Me ha llegado el libro "Orlando Franco, Ensayos, críticas, entrevistas", publicado por el CAAM y excelentemente editado por Mariano de Santa Ana. El libro recoge algunos trabajos del tristemente desaparecido Orlando Franco, crítico, comisario, historiador y amigo. Incluye el texto "es lo que ves lo que es o lo que es es lo que ves" que se incluyó en el catálogo de mi exposición "Sopa de letras".


Paco Rossique, Agamenón

¿Es lo que ves lo que es o lo que es es lo que ves?

El arte es terapia del espíritu, claridad de planteamientos con vistas a la paz en el pensar y a la serena convivencia con uno mismo y sus duendes. Quien no sienta agobios espirituales o intelectuales no necesita del arte ni por extensión, en efecto, de la cultura en general.
Asumiendo este precepto como estimulo creador Francisco Rossique interpreta su arte como praxis analítica y crítica del lenguaje, no como una doctrina, no como un corpus doctrinal. Ni siquiera tiene un lenguaje propio o método concreto. Solo intenta socráticamente, mediante preguntas sin fin, en diálogos con un interlocutor tácito o consigo mismo, aclarar las cosas aclarando su presentación lingüística y plástica: la gramática en que se formulan sus pensamientos. Y es que antes de saber si es verdadero o falso lo que decimos, hay que saber si siquiera decimos algo cuando hablamos o creamos artísticamente. Y si decimos algo, qué decimos y desde dónde lo hacemos, desde qué juego lingüístico, qué contexto, qué forma de vida. Que eso, y sólo eso, es lo que da valor y significado a nuestro lenguaje, siempre relativo a ello: qué costumbre, qué interés o necesidad nos lleva a planteamos algo, a manifestarnos lingüísticamente (tanto oral como escrito o plásticamente) de tal modo, es decir, a hacer algo concreto para satisfacer nuestros fines, deseos o vacíos concretos (las palabras son también acciones).
            Francisco Rossique aplicando esta metodología artística se despide definitivamente de todo fundamento: con él no puede haber principios categoriales o imperativos generales. Toda la racionalidad que puede haber pertenece exclusivamente al lenguaje, y el lenguaje consiste en mil juegos y contextos diferentes, con reglas diferentes cada uno. El uso cotidiano de las palabras genera todo y cualquier sentido en el mundo. Cualquier significado y sentido de las cosas es relativo siempre a esta modesta e infranqueable coyuntura. Lo demás son fantasmas.
El lenguaje sólo es significativo por su remisión a un modo de ver y hacer las cosas aprendido condicionadamente, siguiendo las reglas de un sistema dado: el de las costumbres acreditadas de una sociedad o grupo social, sus intereses, valores, los modos y maneras de su racionalidad pragmática. Su sentido, por tanto, estará en el sistema al que pertenezca y en el complejo de reglas y juegos de reglas que lo formen, en el modo de seguir un juego concreto y no de figurar una supuesta realidad que no es más que fruto de todo ello.
              El sistema y sus reglas constituyen “la imagen del mundo”: son lo que hay, la condición humana irrebasable, como hablamos, como tensamos, nuestro modo de vid. Todo se resume en esto: así somos, así actuamos. Todo esto lo construye la obra de Francisco Rossique utilizando un tono paradójico, oracular, aforístico, mediante un talante extraño, alucinado,... Para él la filosofía, el acto de pensar, no es una experiencia científica sino estética. Su ideal filosófico es la búsqueda de la claridad redentora. No nos ofrece verdad sino veracidad, ejemplos, no razonamientos, motivos, no causas, fragmentos, no sistemas,...
Ésta obra no puede, por lo tanto, ser ortodoxa, puesto que la tierra que pisa tiene fundamentos frágiles y resbaladizos, y el principio equivoco acerca de su trabajo procede de la necesidad de emplear viejos términos para designar quehaceres esencialmente nuevos, al menos entre nosotros. Quehaceres para los cuales Rossique se sirve de todo cuanto encuentra en su camino y cuando los saberes constituidos no le ofrecen instrumentos adecuados para su empresa, tiene que inventar métodos precarios y preguntas, terminologías difusas cuya oscuridad es reprochable pero que él las utiliza para embarcarse en aventuras inciertas.
La experiencia artística de Rossique sirve para desvelar una cierta realidad del tiempo contemporáneo: a la vez que la naturaleza se oculta tras la técnica, que el suelo y el cielo se pueblan de artefactos, instrumentos y útiles, la eficacia de las herramientas queda suspendida por esa nueva luz contemporánea que convierte a las cosas en signos de sí mismas y sepulta su materialidad bajo una capa espesa de significaciones retóricas, connotativas, bajo una densidad de códigos enredados de una poética compleja que revela que ellas también están habitadas por el lenguaje y también escriben el texto del cual nuestro mismo cuerpo forma parte.
Con lo afirmado hasta ahora queda claro que el lenguaje empleado por este artista forma parte de aquel otro que se aleja irremisiblemente de esa horrible crítica intelectualmente necia, verbalmente sofisticada, moralmente peligrosa e incorregiblemente snobista.

Orlando Franco