Los juegos del escondite de Paco Rossique
La presente entrada reproduce en su integridad el texto incluido en el catálogo de la exposición Paco Rossique. Un espejo demorado, publicado con ocasión de esta muestra, celebrada en Madrid (Cruce Arte y Pensamiento) entre los días 15 de abril y 8 de mayo de 2021.
Los juegos del escondite de Paco Rossique
Cuatro años después de sus exposiciones individuales en Madrid (Palabras Menhires, Círculo de Bellas Artes 2016 y En los márgenes del Relato, Galería de Arte Aspa Contemporary 2017), Paco Rossique regresa a Cruce para ofrecer en Un espejo demorado una selección de tres series de trabajos, aún abiertas: Cien Sueños, El Expectante y Partituras y un complejo audiovisual con piezas sonoras de su autoría: Tácet y tactus. Cierra el conjunto un objeto intervenido en el que ofrece una sintética plasmación de la pesquisa lingüística y músico-sonora que viene desarrollando. Se trata de El Sonido de las Horas, un reloj de cocina, o tal vez de oficina, intervenido con pintura, en el que ha dispuesto sobre su esfera, y en lugar de los números de las doce horas, otros tantos caracteres alfabéticos (y simbólicos) que integran la notación musical anglosajona: A A# B C C# D D# E F F# G G# (i. e., la, la sostenido, si, do, do sostenido, re, re sostenido, mi, fa, fa sostenido, sol, sol sostenido), y que idealmente debe ser interpretado por el espectador imaginando los acordes que las manillas han de ir marcando con su transcurso.
Desde su mismo título, Un espejo demorado se constituye en una declaración de principios en torno a la reflexión y la provocación de un desajuste entre los planos perceptivos de su espectador, entre la realidad y su apreciación tanto como entre la realidad y el deseo, entre el sueño y su recreación tangible.
Por su parte, en una serie de polaroids (y, por consiguiente, de piezas fotográficas únicas), comenzada en 2017, El Expectante, que ha superado ya los tres centenares de obras, Rossique recurre a la ubicación de figuritas humanas de maquetas de trenes en el entorno del artista, en particular en su mismo taller –donde se descubren tizas, lapiceros, botes de pigmento, una cajonera, teléfonos, e incluso algunas de sus propias obras–, en su hogar o en calles que transita casi a diario. En virtud de este recurso al empequeñecimiento liliputiense, lo que provoca una monumentalización sorpresiva de lo cotidiano, y la pertinaz soledad de estas escenas, en las que sus protagonistas permanecen a la espera de un algo que llenará con su nostalgia o su esperanza cada espectador, más que a un posible eco de Juan Muñoz, nos parecen hermanas de las creaciones apocalípticas de Baltazar Torres, si bien el universo de Rossique resulte menos tremebundo y sí más humorístico, y más candoroso. Finalmente, en una serie comenzada, asimismo, en 2017, Partituras, procede al desarrollo de poemas visuales, una práctica constante en la muy dilatada y multidisciplinar producción de Rossique, en esta serie mediante la transferencia sobre planchas de madera, de formato homogéneo y cuadrangular, de collage, dibujo y escritura mediante papel carbón.
Cien Sueños, una serie emprendida en 2012, habrá de conducir a Rossique a concluir la intervención de un total de cien cajas de madera, de base ya cuadrada, ya rectangular –le restan menos de dos decenas para concluirla–, todas prácticamente idénticas, y abiertas (con la sola excepción de Cegado por la luz, cuya intervención se realiza en el exterior), que proceden a la recreación de sueños –las más de las veces–, de inspiraciones – las menos– de su autor. Cajas que se constituyen en sendas maquetas para proyectos de instalación –idealmente en salas de 4 x 4 m–, que habrán de contar con su propia ambientación sonora.
Tácet y Tactus (Él calla, palpita) es un dispositivo bicanal de vídeos breves, todos ellos con una ambientación sonora propia, y realizada por Rossique. La experiencia audiovisual de ambos canales, pegados el uno al lado (es decir, la percepción de las imágenes y de las piezas sonoras compuestas expresamente para cada uno de los vídeos) es simultánea, mas no presenta de modo doloso una sincronicidad de sus contenidos, lo que eventualmente tendría lugar en un instante preciso –y no calculado– después de muchas horas de reproducción. Rossique pretende, de ese modo, espolear en el cerebro de su espectador una experimentación marcada por la disparidad, la asincronía, la inquietud, en definitiva, frente a las experiencias perceptivas de los fenómenos artísticos, consuetudinariamente ordenadas.
En este conjunto de audiovisuales existen dos grandes grupos, aquellos que establecen un cambio cromático gracias a la intervención de una mano que parece pintar el paisaje o el entorno urbano, y aquél que recurre a dos colaboradores, Imma Febles y Ricardo Montesdeoca, quienes flirtean, bailan, se acompañan, se siguen, y quienes desaparecen o se funden, para lo que Rossique recurre a la manipulación tonal del vídeo y a la doble exposición, respectivamente.
En estos tiempos de aislamiento, de reclusión, de clausura (en su doble sentido de encierro y de fin de un ciclo), Rossique nos embarca en una aventura incómoda, con un humorismo que le resulta tan consustancial como su ternura. Un espejo en el que contemplarnos y que nos devuelve un reflejo diferido, a la espera de que el vacío se llene.