PACO ROSSIQUE (1955) / LOS VEO TODOS LOS DÍAS
3FEB
Antes fueron flujos imaginarios vagando por un cosmos tintado y ahora aparecen flotando en una intemporalidad, que es la marca de la duda y del ensueño, que ha de grabarse en nuestra percepción sensorial. Ya tenemos seres que alimentar con la sed de nuestro agobio.
Pero entonces esos personajes que son reencarnaciones de otra vida y de otros avatares que suceden desde el silencio de lo cotidiano en suspensión, nos proporcionan las visiones sobre las que gravitan memorias, diálogos, enigmas, sacrificios, azares, sentimientos plásticos no extraviados y que esperan nutrirse de la evocación de cada día.
El canario ROSSIQUE, nacido en Marruecos, destiñe la distinta suerte de los espacios en manchas etéreas que se subordinan a la presencia como aparición súbita, volátil, dinámica, en una efervescencia que nos interroga y nos hace partícipes de unos destinos tan nuestros como los suyos. Se trata, por tanto, de no perderlos y de seguirlos hasta donde nos lleven, al fin y al cabo somos sus iguales para compartir los mismos sinos y misterios.
Hay una sequedad del alma, hay un regusto de muerte en nuestros labios.
Hablamos aturdidos, sospechando la muerte en el silencio,
o como si quisiéramos envolver en cenizas la brasa renovada de nuestro pensamiento.
(Ildefonso M. Gil).
Pero entonces esos personajes que son reencarnaciones de otra vida y de otros avatares que suceden desde el silencio de lo cotidiano en suspensión, nos proporcionan las visiones sobre las que gravitan memorias, diálogos, enigmas, sacrificios, azares, sentimientos plásticos no extraviados y que esperan nutrirse de la evocación de cada día.
El canario ROSSIQUE, nacido en Marruecos, destiñe la distinta suerte de los espacios en manchas etéreas que se subordinan a la presencia como aparición súbita, volátil, dinámica, en una efervescencia que nos interroga y nos hace partícipes de unos destinos tan nuestros como los suyos. Se trata, por tanto, de no perderlos y de seguirlos hasta donde nos lleven, al fin y al cabo somos sus iguales para compartir los mismos sinos y misterios.
Hay una sequedad del alma, hay un regusto de muerte en nuestros labios.
Hablamos aturdidos, sospechando la muerte en el silencio,
o como si quisiéramos envolver en cenizas la brasa renovada de nuestro pensamiento.
(Ildefonso M. Gil).